Cero absoluto: Un cuento que desafía tradiciones literarias
El escritor Javier Fernández nos
presenta en Cero absoluto una
combinación de temas usando formatos que rompen con las formas convencionales
de la escritura. El estilo de redacción nos hace preguntarnos: ¿Qué
leemos? ¿Es un periódico o es un cuento?
En este ensayo analizaremos de qué manera, Fernández se vale de un estilo anti-convencional
donde omite al narrador y el uso de capítulos para reforzar su mensaje. Primero,
nos enfocaremos en la estructura, la cual imita el formato de un periódico y qué
efecto tiene en nosotros como lectores. Segundo veremos cómo Fernández usa el
cuento para plantear los posibles problemas de vivir en una sociedad regida por
la tecnología y el impacto que podría tener en nuestras vidas. “Cero absoluto”
es un cuento que rompe esquemas y juega con las percepciones del lector,
llevándonos en su narrativa a una reflexión sobre nuestro papel en la sociedad.
Desde el primer momento en que abrimos las páginas de Cero absoluto nos damos cuenta de que no
es un libro común. En lugar de capítulos,
Fernández divide el cuento en “fases” y cada “fase” nos presenta lo que pareciera
ser más bien una nota periodística, con un encabezado, una breve reseña y un
autor. Este estilo de inmediato nos
señala que el autor está jugando con la estructura. El lector responde con una
participación inmediata pues hay que tomar la decisión de cómo leer este cuento,
como un libro o como una nota de un diario. El estilo periodístico de manera
imperceptible condiciona otro estilo de lectura, en el cual, tendemos a
analizar el texto de manera diferente, como si lo que se nos presenta es en
realidad el relato de un hecho verídico. Este cambio estructural, nos invita a
ser partícipes de la narrativa, pues no hay un narrador de la historia y el lector
se convierte en parte activa de la narrativa, pues recibe e interpreta el
mensaje directamente.
El romper con las expectativas convencionales de uso de
capítulos, la ausencia de un narrador, y la forma de nota periodística hacen
que el lector responda críticamente al texto, dejando de ser una audiencia
pasiva e invitando al criticismo no sólo de las formas literarias convencionales
de estructura y redacción, pero también al
futuro de nuestra sociedad en una era donde la tecnología controla todo. Por
ejemplo, el encabezado con letras grandes “Un alma entre máquinas” (p. 167) pareciera más bien una declaración que el
encabezado de una nota. Así mismo, el
artículo que presenta, nos deja entrever la postura del autor ante las
corporaciones tecnológicas, aludiendo al hecho de que son compañías que existen
sólo por “la rentabilidad y el margen de beneficio” (p. 167). La crítica de Fernández a la tecnología es
evidente no sólo en esta página, sino también a lo largo de todo el relato. En
la parte que se denomina “Segunda fase” Fernández nos ofrece dos relatos; el
primero es acerca de un derrame tóxico causado por una de las fábricas
tecnológicas y que ha causado muchos muertos y desaparecidos (p. 174). En la
siguiente nota “Sentí que me quemaba viva” (p.175), Fernández nos presenta un
relato donde se refiere a una realidad virtual, en la que las personas se
“conectan” por medio de unas máquinas para compartir la misma experiencia. La
nota describe el caso de dos hermanas que estaban conectadas por medio de un
aparato que les permitía unirse virtualmente y
compartir las mismas experiencias. Ellas estaban viendo una película
cuando ocurrió la tragedia del derrame tóxico. Una de ellas vivía cerca de la
fábrica que tuvo el accidente y murió de manera trágica, mientras su hermana vivió la experiencia en su
propia casa, y pudo sentir todo lo que su hermana vivió en los últimos minutos
de su vida, desconectándose justo a tiempo antes de ser afectada. “…lo único
que me queda de ella son los recuerdos que grabé en estos últimos años” dice la
victima sobreviviente, mientras se describe que sostiene una caja de discos
compactos.
Estos relatos nos hacen preguntarnos hasta dónde nos llevará
el desarrollo tecnológico. ¿Desaparecerá
el contacto personal? ¿Nos limitaremos a una convivencia virtual? ¿Quedarán los recuerdos de nuestra vida limitados
a un disco compacto? Fernández plantea
estas ideas de manera sutil a lo largo de su narrativa. Su crítica queda plasmada en las líneas de lo que pareciera una nota
periodística y no es una declaración abierta. Fernández logra de manera
excepcional plantear sus ideas dentro del texto, a manera de provocar en el
lector el pensamiento crítico. Al final,
no podemos evitar preguntarnos: ¿somos unos ciudadanos pasivos o somos unos
críticos revolucionarios? ¿Nos postularemos en contra de la tecnología de la manera
que Fernández lo ha hecho? O por el
contrario ¿seguiremos deslumbrados con los artefactos digitales de último
momento, sin cuestionar hasta dónde iremos a parar?
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